Mentes brillantes
A Juan y a Martín los une su pasión por el ajedrez, pero también una historia de vida similar. Ambos padecen un trastorno de ansiedad que algunos llaman "fobia social". Y los dos encontraron en el tablero y las piezas negras y blancas, una vía de sanación.
Por Gabriel Moyano
"El ajedrez lo es todo: arte, ciencia y deporte" dijo alguna vez el talentoso Anatoly Karpov. Y tiene razón el ruso, aunque le faltó mencionar un aspecto tan o más importante: su capacidad terapéutica. El ajedrez puede convertirse en un salvoconducto por el cual canalizar los problemas y convertirlos en éxitos.
Basta con ver la sonrisa al hablar de Juan Marsón, o la mirada profunda de Martín Musso Balkenende, con ojos que parecen dejar ver hasta su alma. Los separa un tablero de ajedrez, juguetean con las piezas mientras charlan, se los nota en su mundo, en ese donde no hay límites, ese donde los fantasmas no pueden entrar.
A Juan y a Martín los une su pasión por el ajedrez, pero también una historia de vida similar. Ambos, con diferentes matices, padecen un trastorno de ansiedad que algunos llaman "fobia social". Ambos encontraron una vía de sanación en el tablero y las piezas negras y blancas.
Ellos hablan con naturalidad de sus problemas, con palabras simples como para que quien las escuche entienda por lo que pasan y pasaron. Lo invitan a uno a darse una vuelta por sus vidas y volver a aterrizar sobre el tablero de ajedrez.
Juan Miguel Marsón hoy tiene 22 años. Ya es todo un hombre y ha sido el ajedrecista más destacado del año en nuestra ciudad. Es quien rompe el hielo y cuenta que de niño empezó a notar que le costaba horrores relacionarse con sus pares en situaciones grupales normales como el aula de su escuela primaria.
Apenas tenía 10, 11 años y se sentía un "bicho raro" cada vez que le tocaba estar con mucha gente. Ya había descubierto su gusto por el ajedrez cuando este problema lo llevó a hacer su primera consulta. Aunque hoy parezca imposible creerlo, un médico le dijo que el ajedrez lo estaba aislando del mundo. "No podía entender que algo que me gustara tanto podía hacerme mal", cuenta hoy, pero enseguida agrega "por suerte no lo dejé, intensifiqué mi aprendizaje y eso me ayudó mucho a sobrellevar todos esos problemas que tenía".
Martín escucha y asiente. Solo tiene 12 años y para él es todo mucho más reciente. Su problema no son los lugares concurridos sino que se le hace muy difícil separarse por mucho tiempo de sus padres. Siempre debe sentir que uno de ellos está cerca para evitar una crisis. De hecho, mientras charlamos en la sede del Círculo, su papá espera pacientemente arriba de la camioneta, una situación que ya vivió miles de veces.
A Martín el ajedrez le cayó de rebote: al juego se lo regalaron a su hermana pero a él lo cautivó cuando su abuelo Lito Balkenende le enseñó a jugarlo. "Yo sigo en tratamiento, pero sin dudas que el ajedrez me ayudó y me ayuda mucho cada día. Por el contrario de lo que pasó con Juan Martín, a mí el doctor Turello de Córdoba me recomendó que siga con el ajedrez porque ello me ayuda a sentirme más seguro".
Entre negras y blancas
Cualquiera que alguna vez en su vida haya jugado una partida de ajedrez puede reconocer su atractivo, ese estímulo intelectual que se plantea como un desafío de superarse más a uno mismo que a un rival. Resulta fácil entonces imaginarse lo que sintieron estos chicos que rápidamente descubrieron que eran buenos en ello y que en torno a un tablero cuadriculado podían desarrollarse como jugadores y como personas.
"Yo en la escuela era un chico muy tímido, muy callado. En ajedrez era todo lo contrario. Me sentaba en el tablero y sentía que ese era mi verdadero idioma. Entonces empecé a tratar de desenvolverme más en el ajedrez para ver si podía avanzar en otros ámbitos. La confianza que desarrollás en el ajedrez te ayuda mucho en otras áreas", explica Juan.
A Juan le diagnosticaron un trastorno de ansiedad generalizada, que se manifestaba cuando estaba en grupos numerosos de chicos de su edad. Cuanto más grande el grupo, más le costaba desempeñarse con normalidad. "Todos hablaban con todos y yo no hablaba con nadie, era todo muy difícil", recuerda.
Su pasión desenfrenada por el ajedrez, que lo llevaba a pasarse horas leyendo, o noches enteras jugando on line, le trajeron éxitos deportivos y de la mano de ellos llegaron los progresos a nivel personal.
"De a poco fui mejorando. Hace unos años en vez de estar acá te hubiera pedido que vengas vos a mi casa, o directamente no me hubiera animado a hablar con un periodista", comenta quien ahora se dedica al rubro informático a la vez que da clases de ajedrez en el Círculo. "Si bien trabajo mucho desde mi casa, salgo mucho más que antes, que estaba siempre encerrado. Aunque salir a boliches y esas cosas te lo debo, nunca estuvo en mis planes. Antes que salir un sábado prefiero jugar un torneo on line o venir a dar clases al Círculo", expresa.
Juan Miguel Marsón y Martín Musso Balkenende son dos destacados ajedrecistas que comparten la pasión por el juego-ciencia y también el haber tenido que enfrentar trastornos de ansiedad
Empezando el camino
Martín tiene poco más de la mitad de la edad de Juan. Su situación es más reciente y está desarrollando sus primeras armas para hacerle frente. Pero con el ejemplo de su compañero, el apoyo de la familia y el amor por el ajedrez ("nunca voy a dejar de jugarlo", asegura), las cosas comienzan a mejorar.
"Yo con la gente me llevaba re bien, pero mi problema era que no me podía despegar de mis padres. Si estaba en un lugar y no podía verlos me empezaba a angustiar, me ponía mal y me largaba a llorar", cuenta con una entereza admirable.
Martín ya conocía el ajedrez desde chico: ya en segundo grado formó parte del programa municipal y comenzó a ganar sus primeros Sabaditos. "Cuando esto de la fobia me empezó a pegar, nunca dejé el ajedrez. Siempre venía a todos los torneos, obviamente acompañado por mi papá, pero nunca dejé de venir porque yo siento que esto me hace bien, me da confianza, me ayuda mucho", relata.
Si en el ajedrez imaginar las jugadas que están por venir, en la cabeza de Martín ese adelantarse a las cosas no era del todo bueno. "Yo sentía que si no estaban mi mamá o mi papá me iba a pasar algo malo. Incluso dentro de mi casa si estaba solo podía ponerme a pensar que a lo mejor entraba alguien a robar. Para el ajedrez está bueno pensar rápido y adelantarse a las cosas, pero en la vida real no tanto", comenta.
Martín realiza un tratamiento con un profesional en Córdoba y siente que todo va mejorando. "Me hace hacer ejercicios, como salir a caminar solo y comienzo a llevar una vida normal. Yo siento que el ajedrez me ayudó muchísimo porque me hace sentir bien. Cuando juego al ajedrez no pienso en nada más que eso. Nunca voy a dejarlo, ojalá algún día llegue a jugar un Mundial y tener un título de Maestro".
Mirando al futuro
La charla se va ramificando en diferentes aspectos pero siempre con el ajedrez como hilo conductor. Juan cuenta que recientemente estuvo en Ecuador participando en un Panamericano y rescata lo valioso de la experiencia: "En definitiva cuando uno deje de jugar, lo que le va a quedar va a ser los amigos que cosechó, las culturas que conoció".
Martín se entusiasma con la idea de que su caso y el de Juan se conozcan a través de la entrevista: "Obviamente le recomendaría el ajedrez a un chico que tenga mi problema. Ayuda mucho, pero siempre junto a un tratamiento con un profesional. Estaría bueno ser un ejemplo para ayudar a alguien".
"Nos sentiríamos muy orgullosos si las personas se interesaran y pudieran resolver sus problemas conociendo nuestras historias", agrega Juan.
A la hora de los agradecimientos, Juan expresó: "El apoyo de la familia es vital. A veces pasa que los padres están un poco desorientados cuando se encuentran con problemáticas como las nuestras, yo me pongo en su lugar y sería muy raro. Por eso el agradecimiento es infinito hacia ellos. También hacia el Círculo, hacia el Promae (Programa Municipal de Ajedrez Educativo) y a todos sus profesores"
Un párrafo aparte hicieron los ajedrecistas para recordar a dos profesores del Promae que ya no están con nosotros: Mauricio Jarmolowicz y Carolina Poroporatto: "Mauricio y Carolina fueron dos grandes personas y se las extraña mucho"
"Quiero agradecerle mucho a mi familia, especialmente a mis padres. Mi papá me acompaña a todos lados y eso es muy importante. También a los profesores que me enseñaron y me siguen enseñando y a los profesionales que me ayudan a salir adelante, el doctor Turello en Córdoba y la doctora Viviana acá en la ciudad", expresó Martín.
La conversación se va diluyendo y queda flotando la sensación de que fue auténtica y sincera. De que dos chicos hablaron abiertamente de sus problemas y se pusieron como ejemplo y esperanza para otros que puedan estar atravesando una situación parecida. Dos chicos que se aferraron al ajedrez para avanzar en la vida.
Mito o verdad
El ajedrecista es más inteligente que el resto.
Es un mito que tiene un poco de verdad. Pasa que cuando te atrapa el ajedrez uno empieza a leer mucho, a capacitarse, a ser autodidacta. Eso se ve reflejado en otras áreas.
(Juan)
El que es bueno para el ajedrez, no sirve
para otro deporte
Yo juego al tenis y al fútbol, así que no es del todo cierto.
(Martín)
El ajedrecista es por naturaleza nerd
En mi caso es bastante cierto
(Juan)
En mi caso no lo es porque no soy muy estudioso y hago muchas otras cosas que hacen todos los chicos.
(Martín)