Simplemente gracias, Juampi
Soy de los que creen que la pelota puede no tener ojos ni oídos, pero que siente igual. No puede ver si está en un estadio de Europa o en un potrero, no puede escuchar si hay tribunas repletas o si está en la soledad de un descampado. Creo, también, que no le importa.
Por Gabriel Moyano
Soy de los que creen que la pelota puede no tener ojos ni oídos, pero que siente igual. No puede ver si está en un estadio de Europa o en un potrero, no puede escuchar si hay tribunas repletas o si está en la soledad de un descampado. Creo, también, que no le importa.
La pelota siente a través de su piel de cuero quién la trata con delicadeza y quién solamente le da patadas. De estos últimos somos muchos. Pero los que saben acariciarla para que vaya donde tiene que ir, hay pocos, cada vez menos.
Juan Pablo es uno de ellos. Creo que su relación con la pelota resume todo su ser, como futbolista y como persona. Porque para tratarla bien hay que tener talento e inteligencia, pero por sobre todo quererla, quererla mucho.
Su idilio con la redonda deja en segundo plano todo lo otro: su carrera, sus logros, su figura como máximo ídolo del club de sus amores. Porque su magia trasciende la camiseta y regocija a quien quiera disfrutarlo.
Creo también que para ser grande no hace falta jugar en un grande, ni tener grande la vitrina ni grande la cuenta bancaria, ni grande el ego. Basta solo con jugar bien, y siempre serle fiel a ese cariño por la pelota.
Juampi lo hizo durante sus más de 20 años de carrera. No debe haber habido partido en el que por lo menos por una jugada no haya despertado un "fua, cómo juega este tipo". Y esa es su marca distintiva.
Tuve la suerte de seguirle, a veces de más cerca y otras de más lejos, sus pasos en el fútbol. Cuando recién me iniciaba en esto del periodismo me mandaron a cubrir una conferencia en la que se anunciaba que se iba a Europa. Recuerdo su mirada tímida y sus ganas de estar pateando en vez de contestar preguntas.
El pibe se convirtió en hombre y vino para hacer la heroica. Quizás sin imaginárselo, terminaría siendo protagonista de la etapa más gloriosa de ese Sportivo que supo levantarse de entre las cenizas en buena parte gracias a su presencia.
Y nos acostumbramos a él, a sus pases, a sus destellos, a sus tiros libres. Y, sin saberlo, fuimos felices con solo verlo jugar.
Recuerdo más de un domingo de resaca feroz en los que solo deseás que la muerte te sorprenda durmiendo la siesta. Pero saber que en Alberione había una nueva función del 10 me alentaba a encarar otra jornada de laburo.
A veces peco de exagerado y pierdo la objetividad. Solo a veces. Pero estoy seguro de lo que digo cuando enumero a mis jugadores preferidos. El Diego, Messi, Román, y allí, metido entre tanto talento, Juan Pablo.
A todos tuve la fortuna de verlos de cerca, pero al Gordo lo disfruté mucho más. Domingo tras domingo. Y quizás verlo hacer alguna locura en una cancha perdida en algún lugar recóndito de la provincia de Buenos Aires o Santa Fe, me daba un orgullo especial.
Los ascensos fueron gloriosos y tuvieron su sello. Fueron importantes para poner a Sportivo en el plano nacional, pero Francia le dio mucho más que eso al club. Logró lo que solo los elegidos pueden: hay pibes que quieren ser como él, que lo admiran y que todas las semanas se esfuerzan para un día ponerse la 10 (o cualquier número de la verde) como él.
Juampi dará su última función como se debe: ante su gente. Será el momento del agradecimiento eterno porque otra cosa no le cabe. Todo ese público al que durante tantos años les llenó los ojos de fútbol sabe reconocer la enormidad de lo que hizo por el club y seguramente será un momento muy emotivo.
La gente volverá a ilusionarse en una próxima temporada, Juan Pablo tendrá tiempo para disfrutar de su familia y a la vez seguir ayudando al club. Yo voy a sentir que una parte muy entrañable de mi carrera periodística se cierra y la pelota... aunque no tenga ojos, derramará una lágrima.
Gracias por todo, gordito. Creo que no tenés idea de lo felices que nos hiciste.